El discurso de Pedro
Para los que aman a Cristo de
corazón, este es un examen del discurso de Pedro, el cual dio comienzo a la IGLESIA. Aquí la Iglesia se refiere a
todas aquellas personas que vivieron y las que vivirán en este mundo, y que estarán
con Cristo cuando él establezca su Reino; sin importar a qué denominación haya
pertenecido en esta tierra. Las personas que eternamente pertenecen a Jesucristo
estarán en su Reino; y todas esas personas juntas constituirán la IGLESIA eterna de Jesucristo. A esta Iglesia también se la llama La Novia de Cristo; y es
la Iglesia a la cual todos deberíamos querer pertenecer. Así que agarre su
Biblia sin importar cuál sea su denominación y disfrute de esta lectura.
Jesucristo había profetizado a Pedro
acerca de esos días cuando Su Iglesia iba a comenzar, pues él a Pedro dijo: «Y yo también te digo que tu eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi
Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mateo 16:18). En el
discurso de Pedro al comienzo del libro de Los Hechos, él estaba dando inicio a
la Iglesia de Cristo, la cual será eterna, porque: «las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella»
Pedro comenzó su discurso haciendo
referencia al profeta Joel, diciendo: «...Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios,
derramaré de mi espíritu sobre toda carne, y los hijos e hijas de ustedes
profetizarán; los jóvenes de ustedes verán visiones, y los ancianos soñarán sueños...Y todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo» (Hechos 2:16-17 y 21).
En ese discurso, Pedro explicó a los
judíos que todo cuanto había acontecido alrededor de Jesucristo, fue
sencillamente el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento; y demostraba
que Jesús fue poderosamente aprobado por Dios por medio de las maravillas y señales
que había hecho (Jesús). Pedro les explicó cómo Jesús había sido entregado al Sanedrín
de los judíos y, por manos de pecadores, él fue crucificado; pero que Dios lo
resucitó, rompiendo así los lazos
de la muerte. Para convencer a los oyentes de estos
hechos, Pedro citó a David, rey y profeta del Antiguo Testamento, quien predijo
estos acontecimientos.
Luego, el apóstol Pedro dijo: «Sepa todo el pueblo de Israel, con toda
seguridad, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hechos 2:36); y de
esta manera llegó Pedro al clímax de su sermón. Imagínense la sorpresa
de la multitud ante esta declaración acusadora. El Mesías prometido, cuya
llegada había sido esperada con oraciones y lagrimas a través de los siglos,
fue llevado por su propio pueblo a una muerte vergonzosa e infamada. La
conciencia de aquella multitud recibió un fuerte golpe cuando Pedro los acusó
de haber crucificado al Salvador prometido, Quien ya estaba reconocido como Señor
y Cristo por Dios mismo.
La verdad entró en las mentes de
esos judíos como un relámpago; penetrante y cortante. Ellos se estaban
enfrentando con una realidad inquietante; y no podían huir de estos hechos. De modo
que, mientras sus corazones latían furiosamente, apareció en los labios de ellos la única
pregunta apropiada: «¿Qué haremos?»
(Hechos 2:37). Ellos entendieron que debían hacer algo definitivo en
cuanto a eso, lo cual no podían ignorar. Su reacción indica que ellos aceptaron
el hecho de que Jesús era el Mesías, el Salvador.
Cuando preguntaron cómo podrían corregir
el enorme error que habían cometido, Pedro respondió: «Vuélvanse a Dios y bautícese cada uno en el
nombre de Jesucristo, para que Dios les perdone sus pecados; y así él les dará
el Espíritu Santo» (Hechos 2:38). En esta ocasión y por
inspiración divina, la salvación estaba siendo anunciada por Pedro, a través de
la fe, el arrepentimiento, la confesión y el bautismo para el perdón de los pecados.
Pedro proclamó el Evangelio, y
prometió el perdón a los que creyeron en Cristo y se arrepintieron de sus pecados.
De hecho, eso fue todo lo que pudieron hacer en las pocas horas de aquel día.
Eran las nueve de la mañana cuando Pedro comenzó su discurso; y al final del día, ya
tres mil personas se habían convertidos al Señor, y fueron añadidas a la
naciente iglesia. ¿Cómo fue posible oír en solo horas la confesión de
arrepentimiento de tres mil personas? Eso es una incógnita; pero lo cierto es que ese
día marcó el principio de la Iglesia cristiana en todo tiempo.
En esta primera ocasión, en que fue
predicado el Evangelio, después de la venida del Espíritu Santo, Pedro declaró
la salvación en los términos más sencillos posibles: «Todo aquel que invocare el nombre del Señor,
será salvo» (Hechos 2:21). Este sencillo mensaje no se limitó a
aquella ocasión solamente, sino que estaba destinado para todos los tiempos, en todos
los lugares; pues en el versículo 39, Pedro continuó diciendo: «Porque para ustedes es la promesa,
y para sus hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor
nuestro Dios llamare»
Durante el discurso de Pedro, el resultado
de todo esto fue el perdón de pecados, la presencia del Espíritu Santo en las vidas de los
recién nacidos, y la añadidura a la Iglesia de cada persona salvada en aquel día
(Hechos 2:41-47). La Biblia muestra claramente en el versículo 47 que cada día
las personas arrepentidas y bautizadas eran añadidas al cuerpo de los salvos.
Existen muchas opiniones sobre la
salvación y la entrada de las personas en la Iglesia. Sin embargo, el proceso de
convertirse en cristiano y entrar al reino o, a la iglesia bíblica (indicado en
Hechos 2), hasta el día de hoy, es tan válido y necesario como lo fue en
aquel día del sermón de Pedro. Este apóstol continuó su sermón, invitando a los
judíos a obedecer al Mesías. Aquellos que aceptaron su palabra, fueron
bautizados; y la Biblia indica que eran cerca de 3,000 personas.
Diariamente, en los días subsiguientes, muchos otros fueron salvos; siendo asimismo
añadidos a la Iglesia verdadera de Jesús.
LA IGLESIA—UN HECHO ACTUAL
En Lucas 24:49 Jesús les dijo a los apóstoles: «Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero ustedes quédense aquí, en la ciudad de Jerusalén, hasta que reciban el poder que viene del cielo» (Lucas 24:49). Ellos fielmente siguieron las instrucciones que Cristo les dio en este versículo; y permanecieron en Jerusalén por 8 días. En cuanto a la iglesia, hasta aquel día histórico del Pentecostés, se hablaba de ella como algo que acontecería en el futuro. Sin embargo, desde aquel día del Pentecostés, la iglesia se menciona en las Escrituras como un hecho presente.
Por eso, nosotros entendemos que la
Iglesia nació en el día de Pentecostés, diez días después de Jesús haber
ascendido a los cielos. Entonces vemos que la Iglesia comenzó en la ciudad de Jerusalén, cuando una multitud oyó
el Evangelio, creyó en Jesús, se arrepintió de sus pecados y finalmente, fueron bautizados para perdón y
salvación. Desde entonces, la misma obediencia, basada en la fe, sigue produciendo el mismo resultado; y una participación
en la misma iglesia.
Está comprobado, y no hay duda
ninguna: La iglesia comenzó aquel día. Todo aconteció conforme a las profecías
del Antiguo Testamento, como anunció el apóstol Pedro. Más adelante, Pedro,
autorizado por Dios, identificó los acontecimientos del Pentecostés como
el comienzo del Reino (de la Iglesia) de Jesús. Por tanto, Jesucristo cumplió
las profecías y edificó la Iglesia en el año aproximado de 30 D.C., durante el reinado
de César Tiberio. Además, esta iglesia, la única y verdadera de Jesús, continúa
hasta el día de hoy; y de acuerdo con las profecías del mismo Jesús, será una Iglesia
que permanecerá para siempre.
¿Cuándo, dónde y cómo comenzó la
iglesia de la cual usted es miembro? ¿Tiene usted la certeza de que ella
permanecerá para siempre? Lo cierto es que ha de esperarse que algunos miembros
de la iglesia a la que usted asiste, ya ellos pertenezcan a la Iglesia que
Cristo reinará de una forma poderosa y visible à la amada Novia de Cristo.
Al comienzo del capítulo 2 de
Hechos también se narra el maravilloso efecto que sobre los predicadores del Evangelio tuvo el
derrame del Espíritu Santo; y ahora vemos el grandioso y bendito fruto de la
efusión del Espíritu Santo y su impacto en los oyentes del Evangelio.
Recordemos que, desde un principio, Cristo declaró a los apóstoles, que los
mensajes de ellos a favor del Evangelio irían acompañados de un divino poder (Marco
13:11). Entonces, ya en este capitulo 2 de Hechos, vemos los primeros frutos de
una amplia cosecha de almas que fueron agregadas al Cuerpo de Cristo (versículo 41).
Es notorio ver que los oyentes del sermón de Pedro
sintieron agudas punzadas en su conciencia
(versículo 37). Pues el mensaje de Pedro penetró hondo en el corazón de muchos
de ellos; y el Espíritu Santo les convenció de pecado; del gran crimen de haber
dado muerte en una cruz al Hijo de Dios. Esto es un ejemplo de cómo un mensaje
con poder puede súbitamente cambiar corazones de piedra a corazones blando, de
carne. Fíjense que, tras la convicción de pecado de los judíos, vino a ellos un
deseo ardiente de gracia salvadora. «Y
dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Hermanos, ¿Qué debemos hacer?»
En esa ocasión los discípulos
formaban un grupo, conjunto de testigos. Fíjense que los judíos se
dirigieron a los apóstoles, diciéndoles: «Varones hermanos», muy parecido a como Pedro se dirigió a ellos en
el versículo 14. Los judíos llamaron a los apóstoles hermanos, porque
todos eran miembros de la misma casa de Israel. La pregunta que les hicieron fue: ¿Qué debemos hacer? Con
esta pregunta ellos trataban de decir: “Puesto que hemos cometido tan horrendo
crimen, ¿qué podemos hacer para ser perdonados del mismo?”.
Por tanto, esos judíos hablaron
como quienes comprendieron lo mucho que se juzgaba en su caso; y por eso ellos estaban dispuestos a
cualquier cosa, con tal de obtener la paz de conciencia y el perdón del pecado.
La respuesta que Pedro dio a la tan angustiosa pregunta de los judíos está en el versículo
38, donde «Pedro les dijo: Arrepiéntase,
y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo»
La respuesta de Pedro en el versículo
38 enfatiza que esos judíos necesitaban inmediatamente un cambio de mentalidad para el perdón de los pecados. Con sus palabras, Pedro trajo mucho ánimo a esos angustiados judíos. También Pedro les dijo: «Y recibirán el don del Espíritu Santo», pues
el regalo del Espíritu Santo fue prometido a ellos y a sus descendientes (versículo
39). Recordemos que Dios siempre cumple sus promesas hechas a los hombres, sin importar lo que los hombres hagan.
Lo bonito de esto es que la profecía
de Joel abarca a toda carne
y también para los que están
lejos; y aunque esta frase de Pedro pudo significar para él una
declaración a los judíos de la dispersión, también es muy probable que el Espíritu
Santo quiso incluir a nosotros los gentiles, quienes también íbamos a
recibir la promesa como descendientes espirituales de Abraham (ver: Génesis
12:2,3; Romanos 4:16; y Hechos 10:45).
Las promesas del Antiguo Testamento
solían adoptar forma colectiva, pero las invitaciones del Nuevo Testamento suelen formularse de un modo
personal, tal como se ve aquí, cuando Pedro dijo: «cada uno de ustedes» (versículo 38). En Cristo hay gracia
suficiente para el mundo entero y para cada uno de los pecadores, así como hay
para todos y cada uno de los santos.