domingo, 31 de julio de 2016

EL DISCURSO DE PEDRO


El discurso de Pedro




Para los que aman a Cristo de corazón, este es un examen del discurso de Pedro, el cual dio comienzo a la IGLESIA. Aquí la Iglesia se refiere a todas aquellas personas que vivieron y las que vivirán en este mundo, y que estarán con Cristo cuando él establezca su Reino; sin importar a qué denominación haya pertenecido en esta tierra. Las personas que eternamente pertenecen a Jesucristo estarán en su Reino; y todas esas personas juntas constituirán la IGLESIA eterna de Jesucristo. A esta Iglesia también se la llama La Novia de Cristo; y es la Iglesia a la cual todos deberíamos querer pertenecer. Así que agarre su Biblia sin importar cuál sea su denominación y disfrute de esta lectura.



Jesucristo había profetizado a Pedro acerca de esos días cuando Su Iglesia iba a comenzar, pues él a Pedro dijo: «Y yo también te digo que tu eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mateo 16:18). En el discurso de Pedro al comienzo del libro de Los Hechos, él estaba dando inicio a la Iglesia de Cristo, la cual será eterna, porque: «las puertas del Hades no prevalecerán contra ella»



Pedro comenzó su dis­curso haciendo referencia al profeta Joel, diciendo: «...Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi espíritu sobre toda carne, y los hijos e hijas de ustedes profetizarán; los jóvenes de ustedes verán visiones, y los ancianos soñarán sueños...Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Hechos 2:16-17 y 21).



En ese discurso, Pedro explicó a los judíos que todo cuanto había acontecido alrededor de Jesucristo, fue sencillamente el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento; y demostraba que Jesús fue poderosamente aprobado por Dios por medio de las maravillas y señales que había hecho (Jesús). Pedro les explicó cómo Jesús había sido entregado al Sanedrín de los judíos y, por manos de pecadores, él fue crucificado; pero que Dios lo resucitó, rompiendo así los lazos de la muerte.  Para convencer a los oyentes de estos hechos, Pedro citó a David, rey y profeta del Antiguo Testamento, quien predijo estos acontecimientos.



Luego, el apóstol Pedro dijo: «Sepa todo el pueblo de Israel, con toda seguridad, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hechos 2:36); y de esta manera llegó Pedro al clímax de su sermón. Imagínense la sorpresa de la multitud ante esta declaración acusadora. El Mesías prometido, cuya llegada había sido esperada con oraciones y lagrimas a través de los siglos, fue llevado por su propio pueblo a una muerte vergonzosa e infamada. La conciencia de aquella multitud recibió un fuerte golpe cuando Pedro los acusó de haber crucificado al Salvador prometido, Quien ya estaba reconocido como Señor y Cristo por Dios mismo.



La verdad entró en las mentes de esos judíos como un relámpago; penetrante y cortante. Ellos se estaban enfrentando con una realidad inquietante; y no podían huir de estos hechos. De modo que, mientras sus corazones latían furiosamente, apareció en los labios de ellos la única pregunta apropiada: «¿Qué haremos?» (Hechos 2:37). Ellos entendieron que debían hacer algo definitivo en cuanto a eso, lo cual no podían ignorar. Su reacción indica que ellos aceptaron el hecho de que Jesús era el Mesías, el Salvador.



Cuando preguntaron cómo podrían corregir el enorme error que habían cometido, Pedro respondió: «Vuélvanse a Dios y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo, para que Dios les perdone sus pecados; y así él les dará el Espíritu Santo» (Hechos 2:38). En esta ocasión y por inspiración divina, la salvación estaba siendo anunciada por Pedro, a través de la fe, el arrepentimiento, la confesión y el bautismo para el perdón de los pecados.



Pedro proclamó el Evangelio, y prometió el perdón a los que creyeron en Cristo y se arrepintieron de sus pecados. De hecho, eso fue todo lo que pudieron hacer en las pocas horas de aquel día. Eran las nueve de la mañana cuando Pedro comenzó su discurso; y al final del día, ya tres mil personas se habían convertidos al Señor, y fueron añadidas a la naciente iglesia. ¿Cómo fue posible oír en solo horas la confesión de arrepentimiento de tres mil per­sonas? Eso es una incógnita; pero lo cierto es que ese día marcó el principio de la Iglesia cristiana en todo tiempo.



En esta primera ocasión, en que fue predicado el Evangelio, después de la venida del Espíritu Santo, Pedro declaró la salvación en los términos más sencillos posibles: «Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Hechos 2:21). Este sencillo mensaje no se limitó a aquella ocasión solamente, sino que estaba destinado para todos los tiempos, en todos los lugares; pues en el versículo 39, Pedro continuó diciendo: «Porque para ustedes es la promesa, y para sus hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare»



Durante el discurso de Pedro, el resultado de todo esto fue el perdón de pecados, la presencia del Espíritu Santo en las vidas de los recién nacidos, y la añadidura a la Iglesia de cada persona salvada en aquel día (Hechos 2:41-47). La Biblia muestra claramente en el versículo 47 que cada día las personas arrepentidas y bautizadas eran añadidas al cuerpo de los salvos.



Existen muchas opiniones sobre la salvación y la entrada de las personas en la Iglesia. Sin embargo, el proceso de convertirse en cristiano y entrar al reino o, a la iglesia bíblica (indicado en Hechos 2), hasta el día de hoy, es tan válido y necesario como lo fue en aquel día del sermón de Pedro. Este apóstol continuó su sermón, invitando a los judíos a obedecer al Mesías. Aquellos que aceptaron su palabra, fueron bautizados; y la Biblia indica que eran cerca de 3,000 personas. Diariamente, en los días subsiguientes, muchos otros fueron salvos; siendo asimismo añadidos a la Iglesia verdadera de Jesús.



LA IGLESIA—UN HECHO ACTUAL

En Lucas 24:49 Jesús les dijo a los apóstoles: «Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero ustedes quédense aquí, en la ciudad de Jerusalén, hasta que reciban el poder que viene del cielo» (Lucas 24:49). Ellos fielmente siguieron las instrucciones que Cristo les dio en este versículo; y permanecieron en Jerusalén por 8 días. En cuanto a la iglesia, hasta aquel día histórico del Pentecostés, se hablaba de ella como algo que acontecería en el futuro. Sin embargo, desde aquel día del Pentecostés, la iglesia se menciona en las Escrituras como un hecho presente.



Por eso, nosotros entendemos que la Iglesia nació en el día de Pentecostés, diez días después de Jesús haber ascendido a los cielos. Entonces vemos que la Iglesia comenzó en la ciudad de Jerusalén, cuando una multitud oyó el Evangelio, creyó en Jesús, se arrepintió de sus pecados y finalmente, fueron bautizados para perdón y salvación. Desde entonces, la misma obediencia, basada en la fe, sigue produciendo el mismo resultado; y una participación en la misma iglesia.



Está comprobado, y no hay duda ninguna: La iglesia comenzó aquel día. Todo aconteció conforme a las profecías del Antiguo Testamento, como anunció el apóstol Pedro. Más adelante, Pedro, autorizado por Dios, identificó los acontecimientos del Pentecostés como el comienzo del Reino (de la Iglesia) de Jesús. Por tanto, Jesucristo cumplió las profecías y edificó la Iglesia en el año aproximado de 30 D.C., durante el reinado de César Tiberio. Además, esta iglesia, la única y verdadera de Jesús, continúa hasta el día de hoy; y de acuerdo con las profecías del mismo Jesús, será una Iglesia que permanecerá para siempre.



¿Cuándo, dónde y cómo comenzó la iglesia de la cual usted es miembro? ¿Tiene usted la certeza de que ella permanecerá para siempre? Lo cierto es que ha de esperarse que algunos miembros de la iglesia a la que usted asiste, ya ellos pertenezcan a la Iglesia que Cristo reinará de una forma poderosa y visible à la amada Novia de Cristo.



Al comienzo del capítulo 2 de Hechos también se narra el maravilloso efecto que sobre los predicadores del Evangelio tuvo el derrame del Espíritu Santo; y ahora vemos el grandioso y bendito fruto de la efusión del Espíritu Santo y su impacto en los oyentes del Evangelio. Recordemos que, desde un principio, Cristo declaró a los apóstoles, que los mensajes de ellos a favor del Evangelio irían acompañados de un divino poder (Marco 13:11). Entonces, ya en este capitulo 2 de Hechos, vemos los primeros frutos de una amplia cosecha de almas que fueron agregadas al Cuerpo de Cristo (versículo 41).



Es notorio ver que los oyentes del sermón de Pedro sintieron agudas punzadas en su conciencia (versículo 37). Pues el mensaje de Pedro penetró hondo en el corazón de muchos de ellos; y el Espíritu Santo les convenció de pecado; del gran crimen de haber dado muerte en una cruz al Hijo de Dios. Esto es un ejemplo de cómo un mensaje con poder puede súbitamente cambiar corazones de piedra a corazones blando, de carne. Fíjense que, tras la convicción de pecado de los judíos, vino a ellos un deseo ardiente de gracia salvadora. «Y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Hermanos, ¿Qué debemos hacer?»



En esa ocasión los discípulos formaban un grupo, conjunto de testigos. Fíjense que los judíos se dirigieron a los apóstoles, diciéndoles: «Varones hermanos», muy parecido a como Pedro se dirigió a ellos en el versículo 14. Los judíos llamaron a los apóstoles hermanos, porque todos eran miembros de la misma casa de Israel. La pregunta que les hicieron fue: ¿Qué debemos hacer? Con esta pregunta ellos trataban de decir: Puesto que hemos cometido tan horrendo crimen, ¿qué podemos hacer para ser perdonados del mismo?.



Por tanto, esos judíos hablaron como quienes comprendieron lo mucho que se juzgaba en su caso; y por eso ellos estaban dispuestos a cualquier cosa, con tal de obtener la paz de conciencia y el perdón del pecado. La respuesta que Pedro dio a la tan angustiosa pregunta de los judíos está en el versículo 38, donde «Pedro les dijo: Arrepiéntase, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo»



La respuesta de Pedro en el versículo 38 enfatiza que esos judíos necesitaban inmediatamente un cambio de mentalidad para el perdón de los pecados. Con sus palabras, Pedro trajo mucho ánimo a esos angustiados judíos. También Pedro les dijo: «Y recibirán el don del Espíritu Santo», pues el regalo del Espíritu Santo fue prometido a ellos y a sus descendientes (versículo 39). Recordemos que Dios siempre cumple sus promesas hechas a los hombres, sin importar lo que los hombres hagan.



Lo bonito de esto es que la profecía de Joel abarca a toda carne y también para los que están lejos; y aunque esta frase de Pedro pudo significar para él una declaración a los judíos de la dispersión, también es muy probable que el Espíritu Santo quiso incluir a nosotros los gentiles, quienes también íbamos a recibir la promesa como descendientes espirituales de Abraham (ver: Génesis 12:2,3; Romanos 4:16; y Hechos 10:45).



Las promesas del Antiguo Testamento solían adoptar forma colectiva, pero las invitaciones del Nuevo Testamento suelen formularse de un modo personal, tal como se ve aquí, cuando Pedro dijo: «cada uno de ustedes» (versículo 38). En Cristo hay gracia suficiente para el mundo entero y para cada uno de los pecadores, así como hay para todos y cada uno de los santos.


Dios les bendiga y les guarde



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