EL CRECIMIENTO:
CONTINUACION
El crecimiento espiritual
no se da sin dolor. Cada uno de nosotros tiene que hacer frente a nuestras
propias dificultades del crecimiento. Pablo, Pedro y cualquier otro cristiano
verdadero del pasado, tuvieron que afrontar los desafíos que exigieron de ellos
el tener que crecer.
Muchos acontecimientos en
nuestros días nos obligan a examinarnos y reconocer en dónde nos hemos desviado
del ejemplo que nos dio Cristo.
Para concluir este tema, es importante
tener en cuenta que, en el crecimiento espiritual, como en todo crecimiento,
hay un proceso de maduración.
Una persona en el Reino de Dios, no nace
siendo un adulto, sino que nace (espiritualmente) siendo como un niño; y luego
vamos creciendo como hijos bajo el cuidado de nuestro Padre Celestial. Para eso nuestro
Padre Celestial dispone del Espíritu Santo.
Pedro caminó con Jesús durante tres años. Vivió los momentos más
gloriosos del ministerio del Señor. Pedro vio como Cristo sanó a los ciegos y
calmó las tormentas. Sin embargo, cuando tuvo que tomar una decisión pública
por Cristo, Pedro lo negó (Mateo 26:34).
Pero cuando Pedro recibió la promesa en el aposento alto, la
plenitud del Espíritu Santo lo capacitó para ser un testigo fiel. La lección
aquí es clara: No cambiamos porque veamos milagros y maravillas; ni porque
participamos en una hermosa celebración. Por eso Judas Iscariote, aunque vio
milagros de Cristo, nunca cambió.
Lo único que
realmente influye en la transformación es la experiencia personal con Cristo, a
través de su Espíritu Santo. Por eso debemos ir a donde está Cristo. Debemos acudir a nuestro
Salvador y Ayudador mediante el crecimiento. Este ha de ser el anhelo que surge
de cada corazón; pues estamos en el mundo para buscar de Cristo y a Cristo;
sabiendo que nuestra ciudadanía está en los cielos (Filipenses 3:20).
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